Anécdotas en la Sierra Nevada de Santa Marta (parte 2): recuerdos para sonreír en días de cuarentena


La anécdota hoy voy a recordar merece ser contada con detalles ya que tuvo lugar en los cuatro días de carnavales del año 1968.
Para esos días, Dante Russo había organizado un largo paseo que tenía como objetivo ir a visitar un resguardo de indígenas arhuacos llamado NABUSIMAKE ubicado en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta.
Este vocablo indígena, en lengua arhuaca, significa "tierra donde nace el sol" y es un lugar sagrado, capital espiritual de esta etnia ancestral.
Estea enclavado a 2.000 metros de altura, en el corazón de la vertiente suroriental de este macizo montañoso; cuando los españoles llegaron en 1750, lo rebautizaron con el nombre de San Sebastián de Rabago, con la finalidad de evangelizar a las tribus aborígenes que se habían establecido allí.
En este vasto territorio se habían asentado cuatro pueblos indígenas diferentes pero que estaban emparentados entre sí: los arhuacos, los wiwas, los koguis y los kankuamos.

Para ese sábado de carnaval se había convenido que el punto de reunión sería la casa de Dante, donde nos esperaba un generoso desayuno consistente en unas gruesas arepas rellenas con queso costeño y kola Postobón.
El equipo de excursionistas, vestidos todos con ropa de clima templado, lo conformaban Franco Barletta, su esposa Orietta y sus hijos Pier Luigi y Claudia; Bruno Casarosa, el papá de Orietta; Dante Russo, su esposa Martha Maffiol, su hijo Jaime, su sobrina Fabiola y su cuñado Jaime Maffiol; Rosita de Vivo de Russo y sus hijas Antonietta, Margarita, Teresina y Ana Rita Russo y cerrando el grupo mi esposa Carmencita Pezzano y yo.
El itinerario fue cuidadosamente establecido con el conductor del bus: iríamos de Barranquilla a Ciénaga, luego a Aracataca, Fundación, Bellavista, Caracolito, El Copey, La Estación, Bosconia, Mariangola, Aguas Blancas y Valencia de Jesús.
Partimos normalmente devorando kilómetros y atravesando esos olvidados pueblos del Atlántico y el Magdalena y recuerdo que cuando entramos a territorio del Cesar nos encontramos con una ardiente sabana en donde la carretera avanzaba en medio de árboles de cañaguate cargados de unas hermosas flores amarillas que semejaban una explosión de color que se extendía por kilometros hasta donde la vista alcanzaba.
A medida que nos íbamos acercando a nuestro destino nos sentíamos invadidos de felicidad.

(Continuará)
 

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