Las remembranzas de la Toscana: crónicas de mi amigo Giancó Macchi (Tercera parte)



(Continua la crónica escrita por Gian Carlo Macchi)

A ese barrio de San Pachito llegué desde Italia el 21 de mayo de 1949 en compañía de mis padres y mi hermana Giovanna. Allí estaba la empresa Marysol de la familia del conde Matarazzo, de Sao Paulo, Brasil y dentro de ella, unas casas construídas especialmente para albergar en forma cómoda a los técnicos en textiles que habían sido traídos de Italia; para entonces yo tenía nueve años y viví en ese sector hasta diciembre de 1958.

Esta empresa ocupaba seis hectáreas, ahora solo queda una pequeña parte de ella que ha sido convertida en bodegas y en el terreno restante, por allá en 1979 si mal no recuerdo, se construyó el conjunto habitacional Villa Tarel; en ese gran lote de terreno se encontraban, junto a la nuestra, otras cinco viviendas en medio de una gran zona silvestre, en donde vivían las familias de los señores Renato Budelli, Guido Schwartz, Aurelio Tosti y Pepe Amarís.


Mi padre, amante de la naturaleza, poco a poco, fue cultivando una gran cantidad de frutales: uva parra, higos, granadas, marañones, guindas, anones, nísperos, papayas, martillos, caimitos, guineos manzanos, cocos, limones y hortalizas diversas, todo lo que la naturaleza nos proporcionaba era compartido con otras familias italianas que nos visitaban, sobre todo, los domingos; recuerdo entre ellas la de Galliano Franceschini, propietario del famoso almacén "El pequeño París", los hermanos Antonio y Vincenzo Gianneo que tenían una colmena en el Mercado Público Municipal, Guiglelmo Marconi técnico en electricidad que durante muchos años hizo el mantenimiento de las bombas del acueducto, Vittorio Caputo, el sastre que, muchos años después, confeccionó el liqui liqui que usó García Márquez en la ceremonia de la entrega del Premio Nobel, el señor Franco Collavini, vinculado al Banco Sudameris, el ingeniero Giogio Moro, socio del arquitecto Octavio Giraldo Maury y el señor José Gerosa, dueño de la empresa de alambres y puntillas Gerosa.
Resumo diciendo que casi toda la colonia italiana de la ciudad nos visitaba en ese pequeño paraíso terrenal que cohabitábamos con garzas, codornices, guarumeras,  gavilanes, toches, canarios, cocineras, mochuelos y echavarrías, aves casi todas en extinción pues, en mucho, le recordaban sus días en el norte de Italia pero, vaya paradoja, aquí más felices.


Mi familia materna era de la Toscana, región que perteneció antes del "Risorgimento Italiano" al Estado Vaticano en unión de familias de condes, barones y príncipes. Los abuelos estaban al cuidado de un "potere" que era una parcela de tierra de algo así como dos hectáreas de la que se derivaban otros terrenos aptos para cultivos de pan coger cuyo propietario era un sacerdote con votos de obediencia, pobreza y castidad, que sin embargo nunca respetó ninguno de esos compromisos pues no aceptaba sumisión a ninguna congregación religiosa; por asignación tenía un buen número de "poteri" que lo hacían privilegiado en materia económica y, para remate, con él vivía una "sobrina huérfana" que había parido cinco hijos por obra y gracia del Espíritu Santo. El "potere", por su parte, era un rezago del modo de producción feudal que establecía para "el Señor" la propiedad sobre el terreno y la disposición de los bienes, los productos y hasta las personas que allí se congregaban. Mi madre me contaba que los domingos la familia obligatoriamente asistía a la misa convocada por el cura, quien, previamente en la sacristía, recibía de su feligresía los huevos más grandes, los quesos que producían y los mejores frutos que la tierra prodigaba. 

Continuará...
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Foto del Paseo Bolívar: El Heraldo de Barranquilla
Foto de García Marquez recibiendo el Nóbel: Wikipedia 

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