Las pasiones de Gianco Macchi: entre la Lambretta, el cine y la pintura (quinta parte)


 (Cuarta parte del artículo escrito y reproducido en este blog del arquitecto Giancarlo Macchi)

La relación con mi padre fue muy intensa. Compartíamos el tiempo libre siempre en forma productiva. Él, en su juventud, cumplió su servicio militar en el norte de África, posteriormente trabajó con la fábrica suiza de telares "Ruti", como soldador en la construcción de aviones "Caproni"y, después de su vinculación con la Marysol, en el año de 1958, viajó con mi madre a las Filipinas donde dirigió una de las textileras mas grandes del mundo en Manila, propiedad de la familia Araneta. Su actividad laboral terminó nuevamente en Barranquilla, vinculado a la empresa Jackson Fashion, propiedad del modisto barranquillero Toby Setton.

Bartolo y Alberto Mei, también italianos, tomaron para Colombia, en 1950, la distribución de motos "Lambretta". Mi padre se relacionó con uno de los mejores deportistas de la ciudad, Humberto Gravina, un ciclista de origen italiano que hizo historia en Barranquilla; con mi padre en su Lambretta fuimos su apoyo acompañante en 1951, año en que por primera vez se usaba ese sistema en la costa. Poco después mi padre organizó un rally entre Barranquilla y Cartagena con llegada al cerro de la Popa, en el que participaron 12 Lambrettas, las mismas que hacían parte del primer lote de esa importación que habían hecho los hermanos Mei.
Como no existía todavía el actual trazado de la Cordialidad - inaugurado durante el gobierno de Rojas Pinilla - en muchos tramos se debía transitar por trochas anticipando el deporte del moto-cross. Además de la Lambretta, mi padre tenía para nuestro disfrute otra moto marca Adler, alemana, y un automóvil Buick Special convertible con motor 8 cilindros en línea en el que los domingos nos trasladábamos al vecino balneario de Pradomar. 
Una vez llegábamos allí, abordábamos una lancha para pasear hasta Puerto Colombia, pasando a la ida y al regreso, por debajo del viejo muelle, parte de nuestra historia irrecuperable, mientras mi padre practicaba el esquí acuático en compañía del  señor Pomer, un ingeniero alemán. A medio dia, nos trasladábamos a la Esperia, un hotel restaurante del italiano Angelo Bonfanti y de su esposa María, ciudadana de la república de San Marino. Una vez dábamos cuenta del frugal almuerzo en el que no faltaba el arroz con chipi-chipi, los adultos, y con ellos mis padres, bailaban a su gusto con el respaldo de una orquesta en la Terraza Marina del mismo hotel. Exhaustos y contentos, regresábamos a Barranquilla poco antes del anochecer.
Con mi padre ví todas las películas mexicanas que se proyectaron en el cine Colombia y a la salida era inmancable saborear un Banana-Split en la heladería "Americana"de la calle San Blas. Cuando asistíamos al cine Metro a ver las películas de Esther Williams y Van Jonson, o cualqiera otra de la Metro Goldwyn Meyer, los helados lo disfrutábamos  en "El Lyon d´or".
El primer regalo que me hizo mi padre fue una colección de los Clásicos Jackson, 40 tomos que todavía poseo. Posteriormente a ellos generalmente me acompañaba  a la librería Mundo, de la calle San Blas, a comprar los libros que de manera independiente yo escogía, nunca dejó de hacerme ese tipo de regalos. Los últimos libros obsequiados por él los adquirió en su úlimo viaje a Italia. Fueron "Cien años de soledad" en italiano y la "Historia de Italia". Fueron dos obras que dejaron en mi mente una fuerte huella literaria pues contribuyeron a cambiar la manera de pensar de nuestras vidas que a partir de allí presentó unas características diferentes.
Todos los dias, antes de salir el sol, limpiábamos el corral que, para cerca de 300 gallinas, mi madre poseía. Solo después de terminar la faena me preparaba para ir al colegio Biffi de la calle Paraíso. Era inevitable elaborar la pasta al huevo para los espaguettis los sábados y para los raviolis los domingos; en su preparación me tocaba darle, en términos costeños, "full manigueta" a la pequeña máquina casera con la cual procesábamos la pasta.
Fue ella quien me inculcó la afición por la filatelia, y un día, de repente me dijo: "Tienes que aprender a dibujar"; acto seguido adquirió pinceles, oleos, trementina y aceite de linaza, y dirigida por ella y sin ninguna formación académica, me lancé al conocimiento del color, la luz y la perspectiva, sin embargo debí esperar hasta iniciar mis estudios de arquitecura en la Universidad del Atlántico, ya bajo la dirección del pintor alemán Kurt Levy y del arquitecto italiano Vittorio Magagna, para conocer a fondo la técnica de la acuarela.


Todos estos acervos del conocimiento universal se fueron convirtiendo en el mayor de mis activos que se fueron reflejando en el diseño del carácter como uno de los símbolos mas importantes de la civilización contribuyendo paso a paso a nuestra propia espiritualidad lo que con el correr del tiempo nos proporciona la respuesta del porqué de nuestra existencia y una tranquilidad en la aceptación del final en el camino de nuestra existencia.
Los recuerdos de la infancia quedan grabados dentro de nuestro ser, es el capital individual de cada hombre, y es por ello que todas aquellas personas que ayudaron en nuestra formación de cualquier tipo que ella haya sido, siempre convivirán con nosotros en ese concepto eterno de espacio - tiempo como única gran verdad".

                                                          TIERRADENTRO, A.D.  MMVII
Continuará...
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